Más allá de una ‘supuesta moda’, la presencia de los lácteos con supuestas propiedades funcionales es cada vez más común en los lineales de supermercados y grandes superficies. Al respecto, el doctor y director del Centre Tecnològic de Nutrició i Salut (CTNS), Lluís Arola, asegura que el conjunto de leches fermentadas funcionales, a base de yogures bífidus así como otras leches fermentadas supone “casi la mitad del valor total del mercado de derivados lácteos”. Dentro de estos lácteos con supuestas declaraciones de salud o ‘claims’ más frecuentes, se hallan aquellos que vinculan su consumo con un efecto en los niveles de colesterol, la estimulación de las defensas naturales del organismo y la mejora de la funcionalidad digestiva. “Esto ha hecho posible un crecimiento de un 2,5% en volumen anual y un 15% en valor de estos productos desde el año 2005”, afirma Arola desde el centro tecnológico.
Los derivados lácteos, al igual que el resto de alimentos con pretendidas propiedades sobre la salud ‘in crescendo’ en los últimos años, proceden de un origen común: la alimentación funcional. Esta última se remonta a los años 80, cuando se pretendía a través de la dieta reducir el gasto sanitario público de una población cada vez más envejecida. A falta de una definición de consenso, y según Francesc Puiggròs, del Centro Tecnológico de Nutrición y Salud (CTNS) se conoce como alimentos funcionales a todos aquellos que contienen uno o más componentes de origen natural con actividad selectiva vinculada a una o varias funciones del organismo y cuyo efecto fisiológico va más allá de su valor nutricional, reivindicando un carácter funcional (fisiológico) saludable.